A la ilimitada curiosidad y la mucha ciencia de Jorge Wagensberg debemos una pequeña joya en la prensa de hoy: una divagación erudita sobre el origen del topónimo
California. «Las palabras se imponen en la lengua por una mezcla de selección natural y selección cultural», dice, y por eso perfectamente podría ocurrir que una región de Norteamérica fuera antes «un horno, una isla de ficción o el territorio regido por un califa».
Es del todo recomendable disfrutar de la lectura de
su artículo en ‘Babelia’. Pero en síntesis estas son las conjeturas etimológicas que recoge en él:
1.- Del catalán
calor de forn (‘calor de horno’) que da lugar a las
californias: así llaman a los desvanes calurosos en Ager, un pueblo leridano.
2.- Del latín
callida fornax (‘horno caliente’). Hernán Cortés, conocedor de la lengua latina, habría castellanizado la expresión cuando, al llegar al lugar que luego recibiría ese nombre, exclamó asombrado: «¡Esto es una california!».
3.- De una mezcla de latín y alemán,
calit y
ferne (caliente y lejano), pronunciada también por el propio Hernán Cortés.
4.- Del territorio imaginario que con el nombre de
California describe en su novela de caballerías
Las Sergas de Esplandián Garci Rodríguez de Montalvo (en 1510).
5.- De
Califerne, territorio del norte de África que se menciona en la
Chanson de Roland (1090).
6.- Del árabe
Khilifath o ‘dominio del califa’.
Son seis posibilidades que no se excluyen entre sí. Por ejemplo, bien podría ser que Cortés –como muchos otros descubridores de Indias- se inspirase en lo leído en los libros de caballerías, y que a su vez éstos tomaran el término de las antiguas Chansons de Geste, donde perfectamente podría haberse instalado una creación toponímica de base latina.
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