La palabra
abajofirmante quedó acuñada en los años 70-80, con cierto toque despectivo, para los asiduos en la firma de declaraciones públicas y manifiestos en favor de todas las causas. Eran intelectuales con tirón, artistas de fama, escritores reivindicativos, y empezaban sus escritos siempre con la fórmula "Los abajo firmantes...". Pasó la moda tal vez, pero todavía sigue mereciendo la pena ser abajofirmante de algunos documentos. Como este que aboga por el
fomento de la lectura en la enseñanza.
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